Celso Medina
UPEL (Maturín)
Una paradoja recorre los pasillos universitarios. Los poderes instituidos enarbolan las bandera de la autonomía, pero son ellos, precisamente, los que la mantuvieron secuestrada. La Ley de Universidades de los 70 la consagraba, pero a la vez generaba el caldo de cultivo para su cautiverio.
Al parecer, esos poderes llaman “Autonomía” al derecho a gobernar sin restricciones. Siempre esquivan otros temas: el de permitir que la misma institución los vigile, el rendir cuentas… etc. Quieren demonizar al Estado Docente, procurando cambiarlo por la Sociedad Educativa , la Sociedad Civil y otras entelequias típicas del postmodernismo de derechas, a las que quieren entregarles la confección de la legalidad universitaria, ignorando los acuerdos del último Congreso Mundial de Educación Universitaria (promovido por la UNESCO ), celebrado el año pasado en París, que consideró la educación como bien público.
Para procurar gatopardear la transformación de la universidad, los mismos poderes, ante el Proyecto que aprobara la Asamblea Nacional el pasado 23 de diciembre, pusieron en circulación un Proyecto de Ley Educación Universitaria que ignora dos cosas: que existe la Constitución del 99 y la Ley de Orgánica de Educación. Y en ese sentido, se dedica a remozar la Ley del 70. Ignora la igualdad consagrada constitucionalmente, negándole el voto a los empleados y a los obreros, insiste en darle excesivas prerrogativas al sector privado, desmejora las reivindicaciones profesorales al aumentar los años de permanencia para la jubilación en la Universidad a 30 años (y no 25, como lo contempla la Ley). Propone una especie de jerarquía de las Universidades, con impacto en los salarios de los profesores. También desconoce el carácter laico de la educación, reinsertando las carreras confesionales. De "demasiado genérico" lo calificó Francisco Leone Duarte, rector de la UCLA. Pero más que eso, nos parece que el mismo no era sino una propuesta para el resecuestro de las universidades por parte de ese poder que vive permanentemente del enroque administrativo universitario.
La paradoja que recorre los pasillos universitarios se asienta en las incoherencias de un sector que predica la libertad y la democracia como enseña y se aferra a un esquema universitario profundamente antidemocrático. Mantener la misma estructura del Consejo Superior Universitario, con otro nombre (Consejo Rector), otorgándole la misma función inocua, cambiar también la denominación del Consejo Universitario, llamándolo ahora Consejo Directivo General, hubiese sido consumar el resecuestro, porque ese mismo poder omnímodo se mantendría intacto. Y permitiría que el Consejo Universitario siga sirviendo de cuerpo legislativo y contralor, hegemonizado por rectores, vicerrectores y decanos. ¿Cómo puede el ejecutivo universitario vigilarse a sí mismo? Y pensar que quien propugna este proyecto es el mismo sector que predica la necesidad de separar los poderes públicos. ¿Cómo podía el presidente del Consejo Universitario (rector) solicitar que se le investigase a él mismo?
La universidad debe dejar de ser rehén de esa hegemonía. Hay que apostar por su verdadera autonomía; una autonomía que permita a la misma universidad vigilarse, y para vigilarse debe aclararse cuáles son los poderes controladores. Por ello tiene que existir una instancia legisladora bien libre (Asamblea Universitaria), electa por todos los sectores de la universidad, con una representación de esos mismos sectores. Su Comisión Electoral debe salir del seno democrático, su Contralor debe tener igual origen. Las autoridades universitarias deben ser electas, tal y como lo consagra la Ley Orgánica de Educación. Sólo así rescataremos a la rehén (la universidad) que ha vivido secuestrada por quienes dicen defenderla, y evitar una autonomía gatopardeada.
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Estimado amigo:
Tendré oportunidad de referirme a un ángulo de este asunto de la “autonomía” para destacar las dificultades (de forma y de fondo) de poner en manos de un Ministro las decisiones últimas en materia académica y de gestión. Allí hay un problema gordo. R. Lanz
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