Javier Biardeau R.
Universidad Central de Venezuela
“Lo que se cuestiona es mucho mas que nuestra idea de modernidad:
es a la vez nuestra idea de civilización y nuestra idea de desarrollo”
(Edgar Morin; Para una política de la civilización)
Para salir del atolladero de la artillería de consignas-estereotipos simplificadores de “dos bandas” frente al tema de la educación superior (con la “barbarización” de lo político y la política que sigue prevaleciendo), hay que abordar las estrechas inter-retroacciones entre el sistema nacional de ciencia y tecnología, el sistema de educación y la llamada “formación universitaria”, en todos sus niveles y ambientes. Las visiones en estos campos muestran la esterilidad-superficialidad de los debates, si son reducidos a dos opciones simplificadoras/mutilantes en antagonismo (reducción de la diversidad, de los matices, de la polifonía, en clave dos polos reductores-liquidación del pluriverso), con prenociones-nociones manejadas por militantes del PSUV o de la MUD; o si prefieren, subordinándose a la agenda política inmediata y de corto vuelo, ó del “gobierno revolucionario” ó de la “oposición democrática”. Por allí, estimados y estimadas, no habrá debate fecundo ni profundo, sino trincheras a ser defendidas, mordiendo con los dientes no sólo principios mínimos innegociables, sino una batería de conceptos y categorías retrógradas sobre la Educación Universitaria, en tiempos donde se discute a lo largo y ancho del mundo, el tema de una “política de civilizaciones”. En tiempos de cuestionamientos a los modelos tecno-burocráticos de organización del espacio escolar (y universitario), de cuestionamientos a los extravíos de la civilización tecno-científica y su sintomatología: crisis alimentaria, crisis ambiental, riesgos de la “aplicación tecnológica” (síndrome generalizado de las “vacas locas”), agotamiento del desarrollismo (en su versión capitalista-industrialista o socialista real), implosión de fundamentos y legitimación de la versión productivista-burocrática del “socialismo científico”, llamamiento bioético ante la naturalización social de la manipulación genética (subordinada a la lógica de la valorización-acumulación capitalista, las grandes corporaciones y laboratorios transnacionales, tienen el sartén por el mango), impugnación de la ciencia neoliberal y colonial-moderna (de su “archivo de aprioris históricos” y “como si”: arcaicos neopositivismos al granel, racionalidades instrumentales y redes de saber-poder en clave de lo que Humberto Maturana llama: “argumentos para obligar”, despliegue fraudulento de la “ingeniería social fragmentaria” con fines comerciales, políticos ó militares, los “epistemicidios” de la arrogante “academia occidental”, contra saberes ancestrales y etno-conocimientos. Ante todo este panorama de crisis de fundamentación epistémica y de legitimación social de “Ciencias, Tecnología y Humanidades”, (reducidas a criterios empresariales de “profesionalización” de cuadros científicos, humanísticos y técnicos), la pregunta sencilla es: ¿Podrán las universidades pensarse a sí mismas? ¿Existen pulsiones éticas, estéticas, intelectuales, afectivas en las diversas comunidades universitarias (LOE) para abordar la “reforma de pensamiento”? La cuestión es si las universidades están dispuestas a repensar fundamentos, justificaciones, finalidades y responsabilidades de su quehacer específico, salvaguardando su espacio singular, como comunidades críticas de pensamiento reflexivo: creando, construyendo, transmitiendo, validando y legitimando conocimientos, elevando la auto-reflexión critica sobre sus sombras, en un ambiente mundial se debate el estatuto de los saberes, conocimientos e información, pensándolos en sus condicionamientos histórico-sociales-culturales, así como en sus “condiciones epistémicas” (diálogo polémico entre epistemologías y hermeneúticas, entre Ciencias y Humanidades). ¿Podrá finalmente repensarse a fondo la Universidad Latinoamericana y Venezolana, con su autonomía peleada (contra la iglesia, contra cualquier gobierno, contra cualquier mercantilización del saber), ahora responsable ante la Sociedad y el Estado; junto a la profunda democratización del co-gobierno y del ingreso, sin dejar de lado lo fundamental: la “reforma del pensamiento” para una racionalidad ampliada y edificante? Sólo demoliendo los peores reflejos condicionados por la maleza instalada: la barbarización de lo político y la política en el espacio universitario, será posible. El resto será quedarse en el plano de una Ley chucuta, aliñada con cualquier pulpería ideológica de bajo vuelo. Una reforma del pensamiento no se hace desde la barbarización de la política, desde el “diálogo de sordos”. ¿Escuchan los lados, bandas y matices?
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