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jueves, 24 de febrero de 2011

LA UNIVERSIDAD: ¡SIN GENIOS NI AUTORIDAD!


Camilo Perdomo
Universidad de los Andes (Trujillo)

   Harold Bloom es el inspirador de este artículo al llamar mi atención con esta pregunta: ¿Qué es el genio? La palabra genio no es nueva y siempre está en nosotros como algo mágico. La escuché en mis primeros tiempos escolares cuando a alguien se le decía genio porque sabía matemática, física o química, asignaturas filtro desde dónde el aparato escolar hacía su selección de inteligencia. A otros se les calificaba así por su carácter atravesado y fuera del sentido común. También algunos relatos literarios asocian genio con una figura sagrada con poder para cambiar y conjurar males o deseos en acuerdo con ciertas condiciones de invocación. Los relatos en los tres libros de Las mil y una noches hablan de ese tipo de genio. Bloom, citando a G. Scholem, vincula genio a Cábala en la religión de la tradición judía.
    El genio es masculino o femenino en su anatomía para desplegar poderes del espíritu en la reflexión. De aquí que un Shakespeare, un Kafka o un Cervantes sean percibidos como genios porque aún invitan a inventar lo humano, a comprenderlo, no a juzgarlo; a ubicar el porqué bien y mal son consustanciales a la condición humana y no a su naturaleza (H. Arendt). Genio y nombres de Dios cabalgan juntos sin ser lo mismo. El asunto interesa desde esta reflexión: ¿por qué el Siglo de las Luces agotó a sus genios intelectuales o los mostró desde una única perspectiva asociada con progreso y desarrollo tecno-científico? De aquí un punto de partida para comprender la decadencia de nuestras universidades en su ineptitud para seducir a los jóvenes más allá del ritual de un título. El incómodo arte de pensar las diferencias considerando el método y práctica cognoscitiva de los genios desembocó en este ceremonial sencillo: ¡No importa cuánto aprendo, ni cómo lo logro; sino sacar la nota aprobatoria para luego refugiarme en el ritual de la entrega del título! Para eso los genios no cuentan y eso lo saben los burócratas de la universidad electoralista.
    En cuanto a la autoridad, de auctoritas, en la vieja Roma se practicaba con la finalidad de extraer lo vivo del pasado para el presente. Funcionaba como los paradigmas. ¿Sabrán esto muestras fatigadas autoridades universitarias? Lo dudo sobre todo cuando uno les ausculta su discurso y percibe aquella frase de L. Wittgenstein: <Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje> Hubo en el Renacimiento y en el proyecto filosófico de la Modernidad cierto vínculo entre genio y autoridad, muerto hoy bajo el pragmatismo tecnocrático. En efecto, genio y talento están en la obra de Leonardo, de Dante o Rafael, ejemplos productores de admiración para pensar, pero con el auge de los mass-media la lectura es híbrida y compleja, pues los collages se encargan de ocultar la genialidad.
    Agreguemos la partidización política y el ingrediente de comisarios políticos nombrando el arte para llevarse por delante todo, como si fuesen elefantes entrando en una cristalería. Al hablar de genio y autoridad, desde la universidad, intento recordar algún ejemplo, un maestro, alguna teoría, o el momento donde mi espíritu sintió la autoridad de un pensamiento sobre los míos. Ahora intuyo la ausencia de esa huella universitaria y coincido con los doctores Albornoz y Lanz cuando enfocan lo que se oculta tras la tradición de <Beca Alimentaria> del PPI venezolano. La crisis universitaria arrastra algo serio: ausencia del pensamiento y del pensar.
     No por azar las telenovelas son espacios que alimentan la reproducción de la exclusión y la miseria, allí se enseña al televidente para la abulia y la resignación; dos males del espíritu que se conjuran leyendo a genios. Se trata de incentivar el arte de la apreciación y la provocación intelectual; ello es posible recurriendo a literatura de calidad donde la creatividad y la genialidad son invitadas de honor para la admiración. 

LA TRANSFORMACIÓN UNIVERISTARIA

Alexis J. Guerra C. 
UCLA

    La transformación universitaria es un viejo tema que durante mucho tiempo estuvo de ronda por los pasillos, las aulas y el recinto universitario en América latina y en Venezuela. No podría decirse que alcanzó el estatus de “clamor nacional”, sencillamente porque no traspasó los límites de los círculos científicos y no tuvo la fuerza para ser asumido por los gobernantes de turno.
    En el ámbito regional, la situación de los centros de estudios superiores, desde mediados del siglo pasado fue abordada y advertida por numerosos estudiosos del problema de su obsolescencia y pérdida de vigencia, ante los cambios que se avizoraban en la sociedad mundial como producto del proceso de globalización, el avance arrollador de las nuevas tecnologías de comunicación e información, en conjunción con otros factores de carácter político, económico, social, ambiental y cultural, que prohijaron, más que una segunda modernidad, un cambio de época identificado con la postmodernidad.
    Sobre montañas de textos y cordilleras de artículos, se asentó un debate que encontró en Darcy Ribeiro, Carlos Tunnermann, Pablo González Casanova, José Joaquín .Brunner, Martín Hopenhayn, Bernardo Kliksberg, y Cristovam Buarque, por sólo citar algunos referentes importantes a la hora de mostrar el declive de la institución universitaria y, en consecuencia, plantear lineamientos para su rescate y revitalización, en el tiempo inmediato y a futuro.
    Organismos internacionales como el Banco Mundial, la UNESCO, IESALC, entre otros, incluso llegaron a hacerse eco de tales prédicas. En el caso venezolano, por supuesto, conectado a ese contexto, se registra algo parecido. Desde la propia comunidad académica, fueron surgiendo inquietudes y preocupaciones similares por el futuro de la universidad. Desde la década de los años sesenta, el tema de la transformación universitaria estuvo en el centro de la discusión. El movimiento de renovación universitaria es un hito demostrativo de lo que aquí se afirma.
    En algún archivo, a la manera de ficha bibliográfica, o anaquel de alguna vieja biblioteca pueden encontrarse referencias de textos y artículos científicos que documentan acerca de la reforma universitaria. En una larga lista, referentes relevantes están representados, entre otros, por: Ernesto Mayz Vallenilla, Orlando Albornoz, Gilberto Picón, D.F. Maza Zavala, Víctor Morles, Hebe Vessuri, Carmen García Guadilla, María Egilda Castellano, Luis Fuenmayor Toro, José Miguel Cortázar, Evaristo Méndez, Álvaro Sánchez Murillo, Xiomara Muro y Rigoberto Lanz.
     En el caso de Rigoberto Lanz, de cara a la comunidad académica nacional se realizó un esfuerzo titánico de consulta para elaborar un Proyecto de Reforma bajo los auspicios de IESALC- UNESCO y ORUS-Ve, y el propio Ministerio de Educación Superior, en la época de Héctor Navarro. Los tres volúmenes de “La Universidad se Reforma”, por ejemplo, así lo confirman.
    En tiempos de valoración de la eficacia institucional, de la excelencia académica, de la responsabilidad social y del impacto de los proyectos sobre la comunidad, es evidente la inversión horas-hombre y los resultados obtenidos. El balance es enteramente deficitario. Ideas y proyectos no cristalizados por la inercia, la resistencia al cambio y la carencia de voluntad política del status quo por acometer dicha transformación. Incluyendo, el ámbito específico de cada universidad, donde en época de elección de autoridades la oferta hizo y hace visible, la promesa de renovación de las viejas estructuras académicas, sin resultados integrales.
    La afirmación: la universidad de espaldas al desarrollo de conocimiento y del país, no es una frase vacía de contenido. Ni es un evento, ni una coyuntura. Es un hecho estructural.
    El anuncio de la transformación universitaria contenida en la Ley de Educación Universitaria, cierra un ciclo de más de medio siglo de vida institucional regulado por una normativa, modificada en el año 1970, que en las últimas décadas fue desbordada por la realidad. No obstante, en lo inmediato, para el año próximo, abre un espacio para la confrontación, alrededor del cómo se acometerá dicha transformación.   

miércoles, 2 de febrero de 2011

LA UNIVERSIDAD QUE NO SE PIENSA A SÍ MISMA

Javier Biardeau R.
Universidad Central de Venezuela

“Lo que se cuestiona es mucho mas que nuestra idea de modernidad: 
es a la vez nuestra idea de civilización y nuestra idea de desarrollo
(Edgar Morin; Para una política de la civilización)

   Para salir del atolladero de la artillería de consignas-estereotipos simplificadores de “dos bandas” frente al tema de la educación superior (con la “barbarización” de lo político y la política que sigue prevaleciendo), hay que abordar las estrechas inter-retroacciones entre el sistema nacional de ciencia y tecnología, el sistema de educación y la llamada “formación universitaria”, en todos sus niveles y ambientes. Las visiones en estos campos muestran la esterilidad-superficialidad de los debates, si son reducidos a dos opciones simplificadoras/mutilantes en antagonismo (reducción de la diversidad, de los matices, de la polifonía, en clave dos polos reductores-liquidación del pluriverso), con prenociones-nociones manejadas por militantes del PSUV o de la MUD; o si prefieren, subordinándose a la agenda política inmediata y de corto vuelo, ó del “gobierno revolucionario” ó de la “oposición democrática”. Por allí, estimados y estimadas, no habrá debate fecundo ni profundo, sino trincheras a ser defendidas, mordiendo con los dientes no sólo principios mínimos innegociables, sino una batería de conceptos y categorías retrógradas sobre la Educación Universitaria, en tiempos donde se discute a lo largo y ancho del mundo, el tema de una “política de civilizaciones”. En tiempos de cuestionamientos a los modelos tecno-burocráticos de organización del espacio escolar (y universitario), de cuestionamientos a los extravíos de la civilización tecno-científica y su sintomatología: crisis alimentaria, crisis ambiental, riesgos de la “aplicación tecnológica” (síndrome generalizado de las “vacas locas”), agotamiento del desarrollismo (en su versión capitalista-industrialista o socialista real), implosión de fundamentos y legitimación de la versión productivista-burocrática del “socialismo científico”, llamamiento bioético  ante la naturalización social de la manipulación genética (subordinada a la lógica de la valorización-acumulación capitalista, las grandes corporaciones y laboratorios transnacionales, tienen el sartén por el mango), impugnación de la ciencia neoliberal y colonial-moderna (de su “archivo de aprioris históricos” y “como si”: arcaicos neopositivismos al granel, racionalidades instrumentales y redes de saber-poder en clave de lo que Humberto Maturana llama: “argumentos para obligar”, despliegue fraudulento de la “ingeniería social fragmentaria” con fines comerciales, políticos ó militares, los “epistemicidios” de la arrogante “academia occidental”, contra saberes ancestrales y etno-conocimientos. Ante todo este panorama de crisis de fundamentación epistémica y de legitimación social de “Ciencias, Tecnología y Humanidades”, (reducidas a criterios empresariales de “profesionalización” de cuadros científicos, humanísticos y técnicos), la pregunta sencilla es: ¿Podrán las universidades pensarse a sí mismas? ¿Existen pulsiones éticas, estéticas, intelectuales, afectivas en las diversas comunidades universitarias (LOE) para abordar la “reforma de pensamiento”? La cuestión es si las universidades están dispuestas a repensar fundamentos, justificaciones, finalidades y responsabilidades de su quehacer específico, salvaguardando su espacio singular, como comunidades críticas de pensamiento reflexivo: creando, construyendo, transmitiendo, validando y legitimando conocimientos, elevando la auto-reflexión critica sobre sus sombras, en un ambiente mundial se debate el estatuto de los saberes, conocimientos e información, pensándolos en sus condicionamientos histórico-sociales-culturales, así como en sus “condiciones epistémicas” (diálogo polémico entre epistemologías y hermeneúticas, entre Ciencias y Humanidades). ¿Podrá finalmente  repensarse a fondo la Universidad Latinoamericana y Venezolana, con su autonomía peleada (contra la iglesia, contra cualquier gobierno, contra cualquier mercantilización del saber), ahora responsable ante la Sociedad y el Estado; junto a la profunda democratización del co-gobierno y del ingreso, sin dejar de lado lo fundamental: la “reforma del pensamiento” para una racionalidad ampliada y edificante? Sólo demoliendo los peores reflejos condicionados por la maleza instalada: la barbarización de lo político y la política en el espacio universitario, será posible. El resto será quedarse en el plano de una Ley chucuta, aliñada con cualquier pulpería ideológica de bajo vuelo. Una reforma del pensamiento no se hace desde la barbarización de la política, desde el “diálogo de sordos”. ¿Escuchan los lados, bandas y matices?

jueves, 20 de enero de 2011

UNIVERSIDAD: PROPONGO

Rigoberto Lanz

“...hay una contradicción lógicamente insuperable
en la realización de mi reforma. Uno no puede reformar
las instituciones sin haber reformado previamente los espíritus;
pero tampoco podemos reformar los espíritus sin haber
reformado previamente las instituciones”.
EDGAR MORIN: Mon Chemin, p. 272

    Que saquemos de la discusión lo que no puede—o no debe—formar parte de una Ley de Estudios Universitarios. Queremos discutir de todo, pero sólo algunos asuntos son pertinentes. Hay demasiada materia legislada (y por legislar) Mejor es concentrarse al máximo en pocos asuntos esenciales. Hay otras vías para atender cuestiones operacionales y de gestión (reglamentos, etc.)
    Que no nos empeñemos en “ganar” la discusión. Se sabe que finalmente en el texto se dirán unas cosas y no otras, que nada de eso es inocente, que todo está cargado de presuposiciones, intereses y convicciones. Una Ley no es la suma de todo eso. Tampoco un simple forcejeo burocrático para  inclinar una votación a favor o en contra. Gente de carne y hueso hará su trabajo de “traducir” lo que el debate refleja. Ese no es un asunto “neutro” ni de mera técnica legislativa. Que nadie se pase de listo queriendo engatusar al otro.
    Que hagamos el máximo esfuerzo—de verdad—para que el clima de debate no derrape en trifulca. Las pasiones y los arrebatos son parte de una cierta idiosincrasia. Ese no es el problema. El asunto se complica cuando las ideas están sustituidas por los gruñidos. Ello ocurre con mucha facilidad, por eso hay que ejercer una acción deliberada y firme en este terreno.
    Que sepamos distinguir la discusión verdadera de los falsos debates. Mucha gente está pendiente principalmente del protagonismo mediático sacando cuentas politiqueras. No tienen ideas que promover pero sí intereses políticos que interponer. Al mimo tiempo,  hay gente de variados  sectores que tienen cosas de decir, no importa si son amigos o enemigos del gobierno. Hay que poner atención en aquellos interlocutores válidos que piensan de modo diferente.
    Que los fundamentalismos se queden en el ámbito privado de cada operador. No hay nada que pueda encararse desde posturas dogmáticas o bajo la óptica de un voluntarismo maximalista. La política funciona de otra manera. Las diferencias, conflictos y antagonismos existen previamente. No hace falta que se produzca un debate sobre la universidad para que nos enteremos que existen profundas divergencias. Esa disparidad de enfoques no va a desaparecer porque hagamos una discusión civilizada. Expresar un punto de vista es muy importante. Pero que cada quien asuma responsablemente los límites de este debate, es decir, que no se maneje la ingenuidad de que “todo estará representado”.
    Que desdramaticemos esta discusión y coloquemos en parámetros manejables y discernibles lo que en verdad está en juego. Una ley no es una revolución (por muy radical que parezca) El mundo no se acaba si el texto dice esto o aquello. No digo que todo da igual. Digo sí que apliquemos una cierta dosis de realismo en medio de las naturales y saludables aspiraciones utópicas.
    Que la universidad que resulta de la aplicación de una nueva Ley estará sometida a una larga transición en donde se  juega en verdad lo que cambia y lo que parece que cambia. No hay que empeñarse pues en un acto único. El mejor camino es posicionar un clima constituyente que ponga en tensión todos los días cada práctica y cada discurso. Ese no es un asunto parlamentario sino el ejercicio efectivo de una soberanía instituyente que dota de  nuevos contenidos el quehacer del mundo académico.
    Que logremos desmontar la lógica corporativa en la que cada sector ya tiene su agenda, sus demandas y sus pautas de negociación. Es clarísimo que la universidad no es una comunidad de “iguales”. Sería pura demagogia creerse en serio que es lo mismo un obrero, un empleado, un estudiante o un investigador. Preciso será visualizar un espacio común más allá de los intereses pragmáticos.
    Hacerlo bien no es imposible...intentemos que esta vez funcione.

LA IGNORANCIA COMO PRETEXTO

Abraham Gómez R.

Queremos con todas las fuerzas, al tiempo que anhelamos que quienes adelantan las iniciativas para las discusiones y sanciones de un nuevo proyecto de ley de educación universitaria asuman que de suyo se requiere, más que buenas intenciones, arreglos o manipulaciones políticas-ideológicas, una densa “caja de herramientas” intelectuales. Los disímiles ámbitos-temas que de modo obligado deben ser debatidos por/para el futuro de la Universidad venezolana, en tanto Institución, exige que los actores participantes en las deliberaciones posean suficiente formación y las probadas cualidades ante tales fines para evitar los innecesarios extravíos y la pérdida de tiempo. Contrariamente se estarían haciendo ejercicios vanos de demagogia, intentos malabaristas para balbucear cualquier cosa sin arribar significativamente a algo; además con su añadida y abundante dosis de escatología lingüística cuyas conclusiones son fácilmente predecibles. Hemos percibido que bastante gente se ha embullado con este asunto, pero aquí no todo el que quiere puede. Antiguamente los pretextos eran unas decoraciones que se colocaban, con orgullo, delante de la vestimenta; después se metaforizó a palabras o epígrafes que con delicadeza de orfebres ubicaban en las líneas iniciales de los escritos con la expresa intención de decorar los hechos y las narraciones. De allí sus orígenes latinizados prae (delante) y textere (tejer). En cualquier caso, el propósito invariable consiste en pergeñar desde los inicios qué- se -trae-entre-manos. Debe llamarnos a preocupación que los proponentes por el sector oficial de la ley nonata, aquélla de vergonzosa recordación; y quienes en la Asamblea Nacional se devanaron los sesos en  su absurda defensa han vuelto “por sus fueros” con la pretensión de erigirse propulsores de la norma a pesar de que ya exhibieron su crasa ignorancia--resultó un adefesio  técnicamente inaplicable—y develaron los pretextos que prendían de sus “ropajes”: el contagio  y la imposición ideológica.

Preguntamos: si no les parece que se bordearía un despropósito que para sancionar el reglamento interior y de debates de los diputados del parlamento haya que pulsear a la opinión de cualquier persona que asome sus narices por las puertas del Capitolio. La Universidad está comprometida permanentemente a expurgar los agentes  exógenos y ajenos a sus propios espacios. La ignorancia es atrevida, pero no creemos que llegue a tanto. La comunidad universitaria, sin odiosas distinciones o separaciones, está llamada en esta hora crucial en pro de su libre existencia a  protagonizar cuanta actividad propenda a concitar ideas, así también  a practicar las diligencias a que haya lugar para que los diversos sectores de la sociedad, con amplitud de miras y preparación en la materia, concurran a los ámbitos de la  Universidad a debatir y ser escuchados. Hay una aviesa intención del oficialismo de insistir con un proyecto de ley maniobrado de acuerdo a sus conveniencias políticas-ideológicas lo cual conlleva a cercenar y sacrificar  innegociables Principios intrínsecos a la vida y esencia de la Universidad: pluralidad, autonomía, confrontación fértil de posiciones, libertad en los actos generadores de conocimientos, interacción epistemológica,  vinculación dialéctica de los saberes, búsqueda de otros modos lógicos para aprender y enseñar. Exactamente así la queremos y necesitamos: Una Universidad que permita el diálogo respetuoso. Una Universidad donde encuentren cauces expeditos las distintas corrientes del pensamiento. Nos encontramos en la perspectiva de una nueva Ley de educación universitaria cuyo objeto está obligado a plasmar los  principios,  valores, fines y los procesos.

Simultáneamente, darnos una norma que estructure la organización, que viabilice su funcionamiento con absoluto sentido democrático. Así la queremos y necesitamos: una Universidad que se levante y proyecte en el concierto de las más prestigiosas y libres casas de estudios superiores del mundo. Exactamente así la queremos y necesitamos: una Universidad dispuesta a transformarse, de verdad, a partir de sus propias motivaciones.